 
    
    Autor: José Luis Tejada
    Impreso: Conil de la Frontera.
    Cádiz
    ISBN: 84-400-3284-6
    Depósito legal: CA-602-1977
    Llamamos español a este agrio modo
    de entendernos, de no entendernos, vaya.
    De alzarnos cada cual, torre o muralla,
    contra nosotros y otros, contra todo.
    Español este andar codo con codo
    para la cena... y para la batalla.
    Este cariño matador que estalla
    salpicando en redor lágrima y lodo.
    Tú quieres una España más alerta,
    Juan más cerrada, Pedro más abierta
    y entre todos la mecen en sus brazos.
    Tantos amantes de una dama sola,
    sabemos sólo amar "a la española":
    matarnos y morir por sus pedazos.
    A caballo mi vida entre la vida
    de los de ayer y de los de mañana,
    con una mano asido a mis recuerdos
    y con la otra a mi esperanza,
    a igual distancia de los satisfechos
    y de la rebelión, a igual distancia,
    puedo alargar mi brazo hacia un muchacho
    mientras agarro a un viejo por la espalda.
    Puedo ir aproximando la sonrisa
    a la mueca, la furia a la desgana,
    para que la una aprenda y la otra olvide,
    para que una no cierre y la otra abra.
    Lastima tanta estirpe disyuntiva
    ignorándose y dándose batalla.
    Por una y mil, por divergente y sola
    a mí también me duele España.
    De contradiós ver luces combatidas,
    sangre estúpidamente sentenciada;
    uñas locas hurgando en las heridas
    para que el tiempo no pueda cerrarlas.
    Rencor, memoria muerta, ¿hasta qué día
    seguirás infectándonos la casa,
    cegando los resquicios al olvido,
    emponzoñando incluso la nostalgia?
    ¿No fue bastante ya con la reyerta
    aquella, que unos quieren olvidada
    mientras otros la esgrimen como enseña
    cuando es sólo lección vergüenza y lástima?
    Tres años fuimos vértice del mundo
    como lo fue Babel, Sodoma, Dallas,
    piedra donde las bilis del escándalo
    aguzaron las puntas de sus armas.
    Sueño padres armados frente a hijos,
    hermanos sin amor violando hermanas;
    me despierto y el sueño no termina,
    sigo palpando llagas y más llagas.
    Porque estoy como Cristo, entre dos reos,
    entre la tiranía y la venganza
    y es la madre común la que está en juego,
    yo puedo y debo gritar ¡Basta!
    Toda guerra es civil, toda reyerta,
    familiar, todo pleito injusto, todo
    fallo fallido si condena.
    Profanación toda violencia, toda
    ofensa, sacrilegio si de obra;
    fraude, si de omisión; si de palabra,
    toda ofensa es blasfemia.
    No hay violación que escape
    a los mimbres hirsutos del incesto.
    Calumnia es toda voz armada. Crimen
    la abstención congelada de los indiferentes,
    la rebeldía toda, parricidio;
    sacrilegio, la gula vecina de otras hambres;
    profanación y robo, el lujo aislante;
    desafuero, el rencor, contra el espíritu;
    cualquier ejecución, infanticidio.
    Rapto, cualquier prisión.
    Merecedoras todas nuestras culpas
    de la eterna condena irremisible
    sin perdón, sin final, sin paz ni olvido,
    incursos como estamos los más en agravantes
    de abusos de esperanza en mayor grado
    y de alevosa consanguinidad.
    Llegará un claro día en que estos ojos,
    bautizados en otras cuencas niñas,
    lean la historia de este turbio ahora
    con una mezcolanza de temor y de asco,
    de sorpresa y de ira:
    Se dirán: «¿Es posible?... No hace tanto,
    y esto caía y era cercenado
    sin abrir esto otro, mientras medraba aquello
    o bullía escondida
    toda esa verdinegra, casi sólida hiel».
    Está para llegar el momento del pasmo:
    nietos con nuestros dedos se harán cruces
    sobre estas mismas frentes otra vez alumbradas:
    «todavía en los años mil novecientos... muchos
    después de Cristo, chorros,
    diluvios de violencia
    salpicaban espesos,
    retroactivos, las páginas del día
    ese no tan lejano».
    Ni uno de aquellos niños soperará en su frente
    la pena con que ardimos, la impaciencia
    que los hizo posibles.
    Ignorarán, simples, la casta
    que treparon, ni acaso el más vidente
    sepa que, encaramado sobre estos cráneos nuestros,
    ha podido salvar las turbias tapias
    que, hasta ayer, impedían este sol que trajimos
    salvajemente hasta su paz de entonces.
     "Porque atardece y el día ya ha declinado."                
    San Lucas.                 
    Madre común España, desperdigada rosa
    que aun aromas al mundo, fiel viuda
    remendadora de tu propio cuero
    del que tiramos tan diversamente
    todos nosotros, madre, tus criaturas.
    Que el menor de tus hijos hoy se tome
    la palabra mayor, no debe, España,
    saberte mal, que no hablo por mi cuenta.
    Por la cuenta sin saldo de tantos otros tuyos
    enajenados de tu paz, Señora,
    te hablo esta vez. Por cuantos no te viven
    y por eso no viven. No te saben
    y no saben por eso de esta lágrima
    que desborda la casa; de este desasosiego
    que nos lo enturbia todo: la alegría,
    el pan, incluso el pan, y aun la esperanza,
    el diálogo, el sueño,
    las fiestas, las faenas, el amor.
    Esos mayores suficientes que no vuelven de noche,
    que duermen fuera o hacen los que duermen,
    vaya Dios a saber, mientras nosotros
    te contamos las uvas, las naranjas,
    los rosarios de olivas,
    para que te adormezcas con el cuento,
    no rompas a gritar, sorbas la lástima
    y a un nuevo sol, te asomes
    a vigilar el agua del regreso.
    Que sí que volverán. Nadie se puede
    conformar sin la tierra. Morirse sin la tierra
    no es siquiera posible. Ni aun la planta descansa
    si le falta el cojín blando y sin bordes
    del suelo familiar. Claro que vuelven;
    en cuanto tú, que rondas sus corazas, sus costras
    de falsa paz, las pases por el filo
    arduo de la nostalgia,
    desmorones las tristes barricadas
    que hoy les veda tu voz tierna y adusta
    de madre-abuela sin rencores,
    sin siquiera tener que perdonar.
    Éntrate, pues, en sus insomnios
    como ayer en sus sueños te incrustabas,
    sin ni media palabra,
    sólo déjate ver por sus memorias,
    campar por sus desvelos,
    añorar por sus pechos
    pálidos sin tu sol. Que ya no puedan
    seguir, fingir, andar sin tu caricia,
    sin el pan de tu falda ni el agua de tus vegas
    puedan yantar, beber, parar.
    Que aquí se les espera, cómo no, se les tiene
    sus tajos desolados, que nos hacen más falta
    que tú a ellos, sus manos a nosotros,
    sus frentes a nosotros, a nosotros sus voces
    curtidas del exilio,
    escaldadas del agua salobre de los ojos,
    largas y sabias de esperar.
    Y cuando asomen por la puerta inmensa
    de tus lindes, con el costal incógnito
    de la propia desdicha cada uno,
    que nadie les pregunte ni les haga
    fiesta a ninguno nadie, como que son de casa,
    como que no acabaron de partirse
    jamás de ti, como que sólo quieren
    arrimar más la silla a tu candela
    porque anochece y ya declina el día.
    Como que hace más frío ahora que ayer.
    "Libre nací y en libertad me fundo"
    Cervantes.
    Pero, puesto que van estos renglones
    dando cuenta de un algo que transita
    ¿será cosa de auparse en la infinita
    solemnidad de las constelaciones
    como estrella mayor del mar? Millones
    de otras me ven brillar. Una me invita
    a guiñar a compás me necesita
    otra de espejo de especulaciones.
    Soy libre. Claro que soy libre. Claro
    que lo soy, pues que sigo, pues que paro
    según me da el amor, según me suda.
    Libre y capaz, y tanto; que me fundo
    en libertad, y en libertad me hundo
    como un dardo en el centro de mi duda.
    ... Y lo bueno del caso es que tenían
    razones, no razón; porque primero
    los otros, los hoy víctimas,
    apenas anteayer verdugos fueron.
    Pero antes de anteayer, si hacéis memoria,
    cambiados los papeles y los puestos,
    fue ya verdugo el esta vez verdugo;
    de esta víctima, víctima el abuelo.
    Y antes de antes de antier... Y el primer día,
    al vagido inicial del niño-tiempo...
    Y se pierden la vista y la memoria
    en la rebusca del primer veneno.
    Israel, Ismael, Abel, Caínes...
    ¿Qué más da ya quién fue el primero?
    Lo urgente es cercenar esta cadena,
    esta sarta suicida y sin remedio.
    Blancos, negros, azules, amarillos;
    fronteras de opinión o de pigmentos,
    ¿qué sois frente al gran vientre de un Sol mismo
    que nos parió parientes y parejos?
    Como no nos salgamos de esta noria,
    como no nos desencagilonemos
    ya mismo de esta rueda de rencores,
    no va a quedar ni quien lo cuente luego.
Contacto, info@poeta-joseluistejada.org
