Autor: José Luis Tejada
    Editorial: Renacimiento
    ISBN: 84-89371-24-5
    Depósito legal:  Gr-894/97
    Suponte tú que ahora yo
    te quisiera convensé
    de que lo que no pué sé
    tiene que sé entre los do.
    Que no va a salir el so
    hasta que tú no seas mía
    ni va amanesé más día
    que el día de nuestro amó.
    Imagínatelo tú,
    toíta la tierra sin lu.
    ¡Uh...!
    Si escribir es llorar, ¿qué no es el cante
    en este sur del sur tanto y tan puro?
    Llanto preciosamente vertido contra el muro
    de una agria realidad densa y flagrante.
    Hombres, hembras del pueblo, pueblo amante
    y como tal dolido de por muerte,
    débil el cuerpo, la palabra inerte,
    ciñen su aullido alrededor del mundo.
    Corazón hacia atrás, tiempo adelante,
    sajan el surco más y más profundo
    donde enterrarse y germinar en vida.
    Una imposible voz, esto es el cante.
    Una fístula en flor, tal es su herida.
    Vayan saliendo, recogiendo y yendo
    con su silbo a otra parte los tenores,
    la mujer con sus rosas y el niño por su ombligo,
    que no es ésta ocasión para menores.
    No es la música aquí, de ella no entiendo.
    Del verbo en pie, de sus grandezas digo.
    Id plegando las flores
    y engendrando un candil como testigo.
    Raza de estaño y de salitres, hijos
    de la vid, de la red y los trigales.
    Arcángeles ayunos, sementales
    de las minas del sol y sus cortijos.
    Poned la voz, la voz sin aire, vuestra,
    en el limbo lunar de la guitarra
    donde tiembla la gota final de la agonía.
    Alzadla como muestra,
    aupadla en esa garra
    con que adolece abril y espora el día.
    Extended la bandera,
    esparto y pana, mástil carcomido,
    de la palabra soledad, tan pura...
    Sacadla pronto afuera,
    columpiadla en la altura
    y un chamariz vendrá a platar su nido
    en derredor de tanta arboladura.
    La azada en que la tierra se aquerencia,
    el búcaro sudando junto al trillo,
    la faja negra o roja y la venencia,
    la gubia, la zaranda y el martillo,
    mentores vuestros son y os adoctrinan.
    La noria, el bieldo, el grillo,
    os dan la misma sal que ellos trasminan.
    Y así se os va la voz, sin voz apenas:
    surtidor del fandango y sus redores,
    martinete de arena,
    debla mortal, serrana en estertores,
    aullido funeral por Caragena,
    saeta vertical, tiento entre flores.
    Señora soleá, lebrillo inmenso
    donde heñir a puñadas las bascas del destino,
    dolido polo intenso,
    malagueña ancestral del mejor vino.
    Rezo pagano de la gañanía,
    la punta del jipío en un lucero,
    pañal de la alegría.
    Alboreá, sangrienta epifanía,
    inocente blasfemia del minero.
    Siguiriya real, silencio puro
    que al bordón condecora de lilas dentelladas,
    bucólico verdial, taranto oscuro,
    cantiñas musitadas...
    Horma infinita del dolor sonoro
    escalando las gradas del mar a contravuelo
    y clavando en su lomo una palmera.
    No existiera el metal y aún seríais oro,
    no hubiera Dios y fuerais Dios del cielo,
    no fuera amor y en vos amor ya fuera.
    Mariposa de níquel, panadera
    sin más que afrecho, fuego y levadura.
    Olivo sin raíz, pero con zumos.
    Pausa de estruendo y clara torrentera,
    vilano de hermosura,
    horizonte con dardos y con grumos.
    ¿Qué sin la mañanía,
    sin la untura de ti, sin tus ribazos,
    del niño eterno y pueblo, qué sería?
    ¿Qué del pobre andaluz sin tus abrazos?
    Ven, pues, eucaristía
    comunal, clandestina y enconada,
    sabor de malvasía,
    coz de yegua preñada...
    Ven y recuérdanos cuanto tenemos
    que olvidar con tu ayuda,
    no te nos hagas más la sordomuda,
    déjanos ya los ramos y los remos.
    Pastor o viñador que en ti se abrevan,
    gitano que en ti muerde,
    mariscador que en tu verdor se pierde,
    arrumbador, carrero que te llevan,
    nunca podrán morir ni ser esclavos.
    Tu estrella los arropa y los rescata,
    los conjuran tus trenos.
    Más que los toros nobles y aún más bravos,
    la misma espada tuya que los tunde y los mata
    los hace más hermanos y más buenos.
    Nunca te apagues, manantial de cobre,
    lágrima inenjugable y rumorosa,
    himno agujereado por mil puntas de lanza.
    En ti encuentre el varón dolido y pobre
    la materia diaria y generosa
    para la rebelión y la esperanza.
    Con la fuerza.
    con la fuerza de un gran terremoto
    la tierra se ha roto                 quién la compondrá.
    El chaval de José el carpintero
    que tiene salero
    pa eso y pa más.
    Le ha puesto un puntal
    y en el medio clavó un travesaño
    donde tos los años
    florece un rosal.
***
    Ni que nazcas ...
    Ni que nazcas al sol de la muerte
    ni que te emparientes                  con la Humanidad.
    Para el caso que vamos a hacerte
    mejor que te quedes
    en tu soledad.
    No bajes Señor,
    que en el mundo no hay más que egoísmo,
    guerra y terrorismo,
    envidia y rencor.
***
    Con tu sangre ...
    Con la sangre que se desperdicia
    por nuestra malicia                  sin fruto ni flor
    se han teñido las puertas del cielo
    de llanto y de duelo,
    no bajes, Señor.
    Quédate en tu Edén.
    No te quieren ni mucho ni poco
    ni este año hay tampoco
    posada en Belén.
    Y desde que tú te fuiste
    veo sombras por todas partes.
    Me llaman y no me llaman,
    vuelvo la cara y no hay nadie.
De 4 versos
    Cuando a los pechos te pones
    la cruz más bella que he visto,
    me acuerdo de la de Cristo
    en medio de dos ladrones.
De 3 versos
    Tú vas a echarte a temblá
    igual que tiembla una rama
    cuando el pájaro se va.
    Pero qué.
    no es deshonra para un hombre
    morir rondándote en pié
    Por las torrenteras
    la vi de bajá,
    la luna no tiene más brillo en la alberca
    ni mas clariá.
    Pegarme a tu cuerpo
    y que no pudieran ya más despegarnos
    ni después de muertos.
    Una vez que entré en tu cuarto
    me subí por las paredes,
    porque estabas desnudita
    como la sal y la nieve.
    Tus ojos de tan cerca
    duelen a noche.
    Aparta de mi lengua
    tu olor a cobre.
    Háblame quedo.
    Descánseme el cansancio
    tu voz sin besos.
    Tengo a mi reló enseñao
    pa que no cuente las horas
    cuando te tengo a mi lao.
    El antojo que tienes
    donde yo sé…
    se me ha antojao y vengo
    a que me lo des.
    Verea de esmeraldas
    pasito a paso,
    el cántaro a la espalda,
    los pies descalzos,
    sola y morena,
    viene sembrando coplas
    la marinera.
    Entra y apaga,
    tira la llave
    por la ventana.
    Amanecía.
    Su mano abierta
    Sobre la mía.
    Se baño.
    En medio del mar bravío…
    quien una vez se bañó
    ya no se baña en un río
    ni por equivocación
    y ese ha sido el caso mío.
    Este mendigo bobo
    vino a pedirme.
    Por no dárselo todo
    tuve que irme.
    Yo no sabía
    que detrás el mendigo
    se me venía.
l
Al pasar por el puente
    San Alejandro
    sentí ganas de verte,
    me fui nadando,
    corriente arriba,
    hasta tus salinares
    ¡Qué bien que iba!
    Si al bajar la marea
    me lleva el río,
    cuando esté otra vez llena
    me iré contigo.
    Que a mí me mueven
    tu corazón y el agua
    por donde quieren.
    Si la barca se quiebra
    tiene remedio,
    se remienda la vela,
    se empalma el remo.
    Los corazones,
    ¿Quién les echa un remiendo
    Cuando se rompen?
    Pescadito sin redes,
    redes sin barcos.
    Mi corazón y el puente
    me están llorando.
    Que a mí me han muerto
    unos ojitos verdes
    de tierra adentro.
Contacto, info@poeta-joseluistejada.org
